Hasta la naturaleza está de duelo
- fussionvipmagazine
- 15 abr
- 2 Min. de lectura
Cerca de la discoteca, las llamas de las velas permanecían vivas, desafiando el viento que buscaba apagarlas. Sobre el pavimento húmedo y oscuro reposaban flores ajadas, empapadas por una llovizna constante. En un silencio cargado de emociones, vecinos, seres queridos y conocidos se acercaban uno a uno, dejando notas escritas a mano, abrazándose sin necesidad de hablar, como si solo el corazón pudiera transmitir lo que no cabe en las palabras. La ciudad, habitualmente bulliciosa, había bajado su ritmo, como si intentara escuchar el murmullo del sufrimiento
Por Ysabel Parra
En Santo Domingo, el cielo parecía entender el dolor que cubría la ciudad. Desde aquella fatídica noche en la discoteca Jet Set, donde la tragedia tocó las fibras más profundas de los dominicanos, el sol decidió ocultarse. La naturaleza, casi en un gesto de luto compartido, mantenía el cielo cubierto de nubes grises, como si se negara a iluminar un mundo que acababa de perder parte de su alegría.
En las proximidades de la discoteca, las velas seguían encendidas aunque la brisa intentara apagarlas. Flores marchitas descansaban sobre el asfalto, empapadas por la lluvia fina que no cesaba. Vecinos, amigos y familiares pasaban en silencio, dejando mensajes escritos a mano, abrazándose sin palabras, como si el consuelo fuera algo que solo el alma pudiera ofrecer. La ciudad, usualmente ruidosa, parecía haber bajado el volumen para escuchar el eco del dolor.

Melissa de los Santos y Robinson Ortiz, conocidos por su constante presencia en los emblemáticos “Lunes del Jet Set”, visitaron este domingo el que fuera, durante años, su rincón favorito para bailar, reír y compartir con amigos. Con pasos lentos y mirada incrédula, observaron lo que quedaba del lugar que albergó tantas memorias. El ambiente, antes vibrante y lleno de vida, ahora lucía desolado, como si el tiempo y el olvido se hubieran apoderado de cada rincón.
Melissa, visiblemente afectada, no pudo contener las lágrimas. El golpe emocional fue demasiado fuerte: se resistía a creer que aquel espacio, testigo de tantas noches inolvidables, se encontrara ahora en ruinas.
“Aquí celebramos cumpleaños, aniversarios de matrimonio, conocimos gente maravillosa”, dijo Melissa con la voz entrecortada; mientras Robinson la tomaba de la mano en silencio, compartiendo su nostalgia.
Y aunque el sol aún no salía, había una luz distinta que empezaba a nacer. No venía del cielo, sino de la gente. Porque en medio de la tristeza, la ciudad aprendía a cuidar más, a abrazar sin prisa, a valorar los días en los que sí salía el sol. Tal vez, pensaban algunos, el cielo no estaba triste, sino dándonos tiempo para sanar antes de volver a brillar.
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